lunes, 31 de mayo de 2010

El Reloj Averiado

El reloj averiado

Aquel día el reloj había dejado de funcionar. Se percató cuando quiso ver la hora para tomar sus medicinas y las manecillas aun marcaban las diez. Hacía seis horas que se había detenido.
Mientras el autobús recorría las calles rumbo a la relojería del señor Ibarra,  recordaba el día en que Rosa se lo regaló. Era su cumpleaños, el tercero que pasaban juntos como marido y mujer, treinta años atrás. Nunca pensó que su querido reloj durase tanto tiempo.
Rosa llevaba un vestido purpura que a él le encanta. Se veía preciosa, más bello de lo que ya era. Con una sonrisa radiante lo había besado con ternura, deseándole un feliz cumpleaños. Sus cálidas manos posaron sobres las suyas una pequeña cajita negra con una cinta roja. Dentro estaba el reloj que lo acompañara durante los treinta años siguientes, aquel que ahora había dejado de funcionar.
Era de un color plateado con una correa de cuero negra. Las manecillas doradas giraban apuntando números romanos pintados de azul. Pero lo que más le gustaba de su reloj era el grabado que Rosa había hecho por el reverso. El Tiempo no es el límite de mi amor.
 El señor Ibarra lo atendió con una sonrisa. Hacia veinte años que conocía a ese hombre, cuando Rosa le había regalado una correa nueva que no servía y debieron ir a cambiarla. Desde ese momento por cada desperfecto, por mínimo que fuese, asistía a aquella tienda para que el relojero lo reparase. Veinte años habían forjado una amistad entre los hombres, aunque nunca hablasen en otro lugar que no fuera aquella antigua relojería.
—Así que al fin se ha detenido. Parecía que nunca lo haría.
— ¿tiene arreglo?
—Todo tiene arreglo.
El relojero se puso mano a las obras  mientras él se sentaba en la butaca que tenia a modo de sala de espera. La última vez que fue con Rosa estuvieron sentados casi dos horas, pues el reloj necesitaba una mantención completa. Aun así fue una agradable tarde que pudieron compartir de una amena charla. Le encantaba hablar con ella, una de las mayores ventajas de tenerla como esposa era que siempre tenía la palabra correcta en su boca.
Cuando tuvo el reloj nuevamente en su mano, se despidió cordialmente del relojero y se subió nuevamente al autobús. No tenía deseos de volver a su casa, así que tomaría un itinerario distinto. Cuando vio la señalización esperada se bajó lentamente dirigiéndose a la tienda de flores. Compró rosas rojas, sus favoritas.
El cementerio estaba a un paso. No tenia costumbre de visitar a los muertos, pues sabía que muertos estaban, no le escuchaban ni sentían. Pero aquel día le había traído muchos recuerdos a su mente. Memorias de días bellos que el tiempo se había encargado de dejar atrás.
Puso las flores sobre la liza superficie de la tumba y cómo nunca antes, sintió deseos de hablar. Sabía que no estaba allí, pero sus recuerdos aun vivían en su corazón.
—Hoy se me detuvo el reloj. Pero tranquila Rosa, el relojero lo arregló.


By Santiago Fernández.

martes, 25 de mayo de 2010

La Habitación del Conejo

El sabor del último sorbo de té acompañado del calor emanado de la estufa le hizo rememorar su casa de campo. Aquellas tardes en compañía de su familia observando la lluvia caer eran una perfecta imagen para adosar los elementos de su creación. Tal vez una historia sobre la lluvia, un hombre que duerme bajo la lluvia.

Afuera el clima parecía acompañar sus divagaciones. El cielo se mostraba oscuro, próximo a derramar sus lágrimas. La calle estaba vacía, quizás todos se resguardaban en sus hogares, acogidos por el calor que sólo allí encontrarían. Unos pocos deambulaban por las desoladas aceras. Algunos reían, otros denotaban preocupación en sus caras. Una madre portaba a su hijo en brazos con un semblante de angustia acompañado de un andar trepidante. ¿Quién podría saber lo que hacían, hacia donde dirigían su rumbo?

El café de igual forma estaba prácticamente vacío. En una mesa contigua a él se encontraban dos ancianos conversando. Tres mesas más al norte una mujer se llevaba la taza a los labios y frente a ella un hombre leía el diario. Aquellos eran todos los pobladores de aquel viejo café ubicado en la avenida principal. Todos perecían sumidos en algún afán, movidos por invisibles motivaciones ajenas a su conocimiento. Al verlos allí, conversar, reír, meditar, por primera vez se preguntó qué sería lo que atravesaba por sus mentes.

Eran las 5. Sus amigos se estaban retrasando. El tazón de té vacío reposando en la mesa era testigo de su larga espera. No podía negar que estaba disfrutando de aquella soledad. Aquel cielo oscuro, los recuerdos pasados, el sabor agridulce en su lengua, las almas anónimas que lo acompañaban en el silencio estaban creando una imagen mental diferente a todo lo que había experimentado hasta aquel momento.

Escribir. Una pasión que había querido cultivar desde sus primeros años. Nunca fue un hombre observador, el relacionarse con personas no era su talento y su mente siempre fue su guarida. Debía confesar que no conocía este mundo. No comprendía a los demás, todo lo referente a ellos constituía el canon de sus misterios. Por esto había decidido crear su propio mundo, ser su propio dios. Era un escritor de fantasía. En su universo no importaba el comportamiento de los otros, él lo comprendía todo pues era el amo y señor todopoderoso de cuanto su mente osara crear. Para eso eran las letras, para crear un mundo diferente, un mundo mejor para sus sentidos.

Al menos eso era lo que creía.

Cuanto más palpaba la imagen mental que se gestaba en sus pensamientos, más interrogantes surgían a su credo. ¿Era acaso su mundo ficticio mejor que éste? ¿Realmente suplía a lo verdadero, a lo que realmente existía? Bajo aquel estado de catarsis estaba viendo todo con otros ojos, las pocas personas que aquella tarde había divisado lo hacían reflexionar sobre su visión de este mundo. Todos parecían tener una historia, un pasado y un futuro. Cada ser existente se presentaba como portador de alegrías y padecimientos, pero lo más importante, cada hombre hacia frente a la realidad. A diferencia de él que se refugiaba en lo imaginario, que en vez de intentar conocer el acontecer de esta existencia, las demás personas se sentían capaces de poder afrontar el mundo. La historia estaba hecha por aquellos hombres, no por él.

¿Qué hacía inventado mundos cuando existía uno real? Para qué quería encontrar belleza en algo inexistente si tenía la posibilidad de indagar el vasto orbe. Le era posibilitado escudriñar es aquella psiquis que por mucho tiempo le fuera esquiva, podría conocer personalmente todo lo que pensara incomprensible para él. Existía belleza en este mundo, cada ser poseía un mundo propio que conformaba el entramado de la realidad. Ahora él quería conocer estos mundos, ser parte de ellos. En su viaje introspectivo iría en pos de aquella alma humana perdida en su interior, sería un encuentro con aquello que por tanto tiempo quiso dejar de lado.

El reloj daba las 6:00. Se levantó de su silla mientras se ceñía el abrigo. Afuera pronto llovería, pero dentro de sí, brillaba el sol.


By Santiago Fernández

miércoles, 19 de mayo de 2010

Crece mi Biblioteca



Hoy estoy feliz. Como un niño con juguete nuevo, pero este juguete (o estos) no se parecen a los convencionales: son libros.
Mi papá me mandó casi todos los libros que tengo que leer este semestre (¡gracias papi!). Me dio mucha alegría tenerlos, que sean míos. Sé que mucha gente no valora los libros y piensa que son inservibles, pero para mí son el mejor regalo que pude haber recibido.
Desde cuando leí mi primer texto, el Jardín Secreto de Frances Hodgson, que soñaba con este tipo de obsequios. Aquel episodio en que Mary recibía de regalo de su tío una caja llena de preciosos libros, que quise sentir esa sensación alegría por tal maravilloso regalo. Creo que hoy he sentido un fragmento de ese sentimiento.
Quizás exagero, pero es como me siento. Muchos pensarán que es demasiado para leer. Yo pienso que es poco para comprender este mundo.


lunes, 17 de mayo de 2010

Barrio Sin Luz (Pablo Neruda)



¿Se va la poesía de las cosas
o no la puede condensar mi vida?
Ayer -mirando el último crepúsculo-
yo era un manchón de musgo entre unas ruinas.

Las ciudades -hollines y venganzas-,
la cochinada gris de los suburbios,
la oficina que encorva las espaldas,
el jefe de ojos turbios.

Sangre de un arrebol sobre los cerros,
sangre sobre las calles y las plazas,
dolor de corazones rotos,
podre de hastíos y de lágrimas.

Un río abraza el arrabal
como una mano helada que tienta en las tinieblas:
sobre sus aguas se avergüenzan
de verse las estrellas.

Y las casas que esconden los deseos
detrás de las ventanas luminosas,
mientras afuera el viento
lleva un poco de barro a cada rosa.

Lejos... la bruma de las olvidanzas
-humos espesos, tajamares rotos-,
y el campo, ¡el campo verde!, en que jadean
los bueyes y los hombres sudorosos.

Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas,
mordiendo solo todas las tristezas,
como si el llanto fuera una semilla
y yo el único surco de la tierra.

domingo, 16 de mayo de 2010

El Corazon del Reino (Capitulo 2)

Me decidí a subir el segundo capitulo de esta historia que escribi hace muuucho tiempo. Ya ni me acuerdo que edad tenía. Pero me ha traido muy bellos recuerdos volver a leerla.

El Corazón del Reino
Cpitulo 2: Música para sus oídos

Poema I
Memorias Arcaicas

Ayer soñé contigo.
¿Eras tu o un reflejo de mi pensamiento?
¿Serias capaz de morir sin decirme adiós?
¿Podrías irte antes del ocaso?
La luna ilumina tu rostro pálido.
¡Oh mi gran reina!
¡Cuanta belleza inalcanzable!
¡Cuanta luz derraman tus ojos!
Quisiera ser parte tuya y morir allí
Para nunca olvidar tu nombre:
Paz, olvido, dolor, armonía.
Tantas títulos para un ser indescriptible.
Para mi eres todo.
Cada partícula de mi pobre existencia.
Déjame entrar en tus ojos para morir,
Déjame vivir en una de tus lágrimas de esperanza.

Klehare tomo el arpa y estiró los dedos con su característica suavidad y toco los primeros acordes. La melodía fluyo como susurros a los oídos de los presentes. Una rapsodia que mágicamente fluía entre las notas para recrear un viaje astral hacia el plano de existencia de la armonía y la suavidad de la sinfonía.

Pero al parecer no todos los presentes eran amantes de la música de Klehare. En la sala donde la bella mujer mostraba sus talentos con el arpa se encontraba Lord Marganthird, el Maestro De Armas de la Casa Tercera de los Regentes del Concejo Real.

Era conocido por todos como un hombre despiadado, entrenaba a los soldados como fieros combatientes y nadie dudaba de sus habilidades en la espada. Pero su carácter era reprochable. Odiaba todo lo que tuviera que ver con las otras Casas Reales, quería ser el único Maestro de Armas de todo el Reino. Además de tener un aborrecimiento sobrenatural a la música. Si había algo que le desagradaba más que perder en batalla era la canción y melodías.

Klehare terminó su presentación y concluyó con el aplauso de los presentes. Cuando el estrado quedo vacío Marganthird respiró aliviado. Para olvidar el mal rato pasado tendría que matar a alguien y Klehare Grisä era su primera opción. Así aprendería a no molestarlo con su odiosa arpa.

El hombre caminó hacia donde se había marchado la Arpista. Llevó su mano hacia la empuñadura de la espada y se llenó de placer. La furia lo había dominado, nada lo detendría hasta que lograra realizar su cometido: matar a Klehare.

Debía ser un trabajo silencioso. Era fácil cortar el cuello de sus víctimas para que no pudiesen gritar. Todos estaban tan ocupados en sus estúpidas conversaciones sociales que nadie notaría nada, hasta que la sangre formara un charco alrededor del inerte cuerpo.

Sin embargo, una mano en el hombro lo detuvo en su delirio. Leonel, el Patrón de la Casa Tercera, y su padre.

— ¿hacia donde vas, Marganthird?

Un hilo de cordura se deslizó entre sus palabras. No podía dejar que intercedieran en su goce. Debía mentir.

—Voy a felicitar a la arpista, padre. Me ha encantado su interpretación.

Cuánto autodominio le costó hacer una sonrisa. Lo único que ahora deseaba era acabar con esa humana que tocaba el arpa, la música algún día dejaría de atormentarlo. Ahora debía concentrarse en no perder esa furia que lo llenaba, la que le permitiría matar a la detestable mujer.

—entonces ve, hijo, pero regresa luego. Recuerda que tenemos un asunto pendiente.

Claro que si volvería. La guerra contra la Casa Cuarta era inminente y él estaba ansioso por ser parte de esa poderosa batalla y matar a cuantos soldados pudiera. Al fin y al cabo para eso y había nacido, para lapidar y destruir a sus enemigos.

—en un minuto estoy aquí.

Un minuto. Era mucho más tiempo del que necesitaría. La arpista no tenia defensa alguna.

La encontró en la sala de descanso. Quiso acabar con todo de inmediato, pero una fuerza externa lo detuvo.

Estaba conversando con Eliazer el Maestro de Armas de la casa Segunda, un hombre viejo y acabado en apariencia, pero con una fuerza conocida por todos. No existía un guerrero con un mayor conocimiento y experiencia en la espada que él. Era respetado y temido por todos.

Incluso por Marganthird.

—Entonces esta todo preparado para esta misma noche—dijo el anciano—te necesitamos en tu esplendor.

—claro que si, Eliezer, ese Marganthird será el primero en caer en mis manos—respondió Klehare.

—No.

— ¿Qué?

—a Marganthird déjamelo a mí. Confórmate con la Matriarca Mozarga. Pero a Marganthird no lo tocaras, Klehare y es mi última palabra. Debemos aprovechar la muerte del Rey para arrebatarle la corona a su estúpido hermano. La Corona será nuestra.

—por supuesto, BangKouc.

—y prepárate. La batalla será tremenda. La destrucción de la Casa Tercera es inminente.

Marganthird se alarmó. La Dinastía Grisä atacaría a su casa. Y con el guerrero más poderoso de todo el Reino significaba la destrucción segura.

Tenia que actuar de inmediato.



jueves, 13 de mayo de 2010

Cliffhanger

Cliffhanger

En el mismo momento en que su mirada se posó sobre la pantalla, la enajenación comenzó. Las imágenes se introdujeron en su mente cual raíz en la tierra, atravesando todo el plano físico hacia el centro mismo de su ser. Ya no era una simple diversión, se había transformado en el ejercicio mental más importante de su vida. Cuando observaba las escenas sentía como si formase parte de lo que allí ocurría, como si el mismo se encontrara en ese lugar. Tal vez estaba enloqueciendo, pero dentro de su mente, todo era real.

Tomó el teléfono. Hacía una llamada. La respuesta era negativa. Debía acabar con ello. La verdad no podía conocerse. Un flash, el pasado. Tomaba la pistola. El hombre rogaba perdón. La bala salía en completo silencio. El pecho traspasado. El asesino era descubierto.

No había pensamientos. Un gran vacío reinaba su interior. ¿Asesino? No podía ser cierto. Su corazón comenzó a palpitar lentamente. ¿Lo que había presenciado era cierto? ¿Era acaso posible que ese hecho fuese real? Toda una vida creyendo una mentira, su mente había creado algo que no era real. En aquel estado de enajenación había dejado que las imágenes poblaran su mente para presenciar una verdad que no estaba dispuesto a oír. Su corazón pareció detenerse cuando en su interior recreaba y trataba de darle sentido a lo ocurrido. Pero era imposible, no podía creerlo. No estaba preparado para aceptarlo. Ya no escuchaba latidos, ahora solo sentía un dolor en pecho. Aquella bala silenciosa le había atravesado.
Cada vez que había mirado aquella pantalla, sentía como si fuese su propia historia. Era tan real, tan conmovedor. Cada acción retratada, cada persona interpretada le hacían entrar en aquel estado de catarsis. Por años ver aquello se había transformado en lo más importante, lo que le hacía escapar de su nefasta realidad. Toda aquella historia le llenaba por completo. Era algo perfecto cada semana sentarse a verla, narrada en forma brillante, interpretada con alma propia, de una belleza incalculable, aquella era la narración perfecta.
Pero en aquel día, aquel aciago día, algo había cambiado. Ya no era su historia. No era lo que él creó tras tantas semanas de deleita. Hoy había ocurrido un giro, pero un giro hacia la oscuridad, hacia una lóbrega verdad que no podía aceptar. Cuando aquel personaje fue muerto, él también sucumbió por aquella bala. Su herida, no mortal físicamente, lo era en su mente, pues le mostraba que su realidad era igual a la otra: una mentira.
Apagó el puente que le conectaba con el mundo interior. Se levantó de su silla y caminó hacia la ventana para observar cómo caía la lluvia. Lagrimas, su alma lloraba. Sin embargo un ápice de esperanza nació en su corazón que volvió a latir. Existía una realidad mejor, podía dejar aquellas fantasías y tornarse hacia el mundo. Tal vez todo fuese una mentira, pero había llegado el punto en que pudo descubrir la verdad. Buscaría la verdad en este mundo. Lograría aquel conocimiento que es real.
Cuando la lluvia se detuvo derramó su última lágrima. Había renacido.

By Santiago Fernández