martes, 29 de junio de 2010

Sueño

Sueño


Una telaraña cambiante

Autopista con miles de desvíos,

Pero que regresa a su propio punto.

Una piscina llena de algodón de azúcar

O un río sólo de espuma.


Fuego que forja

Agua que limpia

Viento que orienta

Tierra que germina

Luz que guía.


Yo sueño

Aves a un lado,

Globos al otro

Y subiendo, subiendo

Llegando al cielo

Toparme al fin contigo.


En el sueño no te has ido

Aun estás aquí.

Por eso yo sueño,

Porque aun estás conmigo.



martes, 22 de junio de 2010

Rain


Hay un vacío en mis oídos. Un fragmento que se escapa al completo concierto que me llena como luz al día. Lo siento, distante, como un recuerdo incapaz de concretarse. Aquel sonido melodioso, armónico, la única música que acompasa a mis pensamientos, que inspira desde su altura a divagar entre los más recónditos mundos de la mente, ya no está. Cuánto quisiera que volviese por mí.

Desearía que cayese del cielo. Que me limpiara con su purificadora luz cristalina. Nubes, lluevan hoy por mí. Envíen su líquida alma a completarme nuevamente, a llenar el oscuro abismo que en mi alma se ha forjado. Soy un ente carente de pensamientos sin ella. Cuando a su acompasado ritmo entona melodías para mí, puedo soñar, crear, volar. La perfecta musa de inspiración. El don de la naturaleza que me ha sido concedido.

Aunque sea por un fugaz instante, vuelve. Regresa como una llovizna matinal, como una suave bruma volátil, como un dulce rocío bañando el nacimiento de la mañana. Aunque fuese un segundo, demuestra que estás ahí, en el cielo, dispuesta a acudir en mi llamada, a socorrerme en mi vegetal estado intelectual.

Cae en mí. Canta en mí. Llueve en mí. Porque gracias a ti es que siento la vida corriendo por mi mente. Siento aquel canal que fluye corrientoso. Agua que me hace ser aquel que deseo ser. El que me trasforma en el pensador que siempre imagino en aquellos sueños que sin lluvia, nunca serán realidad.


miércoles, 16 de junio de 2010

Tormenta


Tormenta.

Adele alzó su mirada por sobre la ventana para ver cómo caía la lluvia sobre la ciudad. En la oscuridad del exterior, los hogares vecinos parecían sumidos en una desolada soledad. Tímidamente el humo brotaba de las chimeneas, movido por una brisa helada e interrumpido por las copiosas gotas de la lluvia que aquella tarde bañaba la tierra.

Estaba sola en su casa. Su padre trabajaba hasta tarde y su mamá se encontraba en casa de su hermana. Aquel aislamiento le gustaba. Solo escuchar su música favorita alrededor del calor emanado por la estufa. Hacer nada. Podría estar por horas así, sin ser interrumpida. Su mente vagaba por distintos escenarios, sin concretar ninguna idea. Un nivel de abstracción casi absoluta.

Súbitamente un ruido la sacó de su ensimismamiento. Se quitó los audífonos y puso atención a los sonidos de su alrededor. La lluvia seguía cayendo, ahogando cualquier ruido exterior. Lo que fuese que ella había escuchado, estaba dentro de la casa.

Sin saber porqué, su corazón comenzó a latir más rápido. Lo que había percibido parecía como pasos, pero no podía definir el lugar de la cada de dónde provenían. ¿Había alguien más en la casa?

Era imposible. Su padre salía muy tarde y su madre no podía haber llegado, pues ella la habría visto entrar. Nadie podría haber entrado. Entonces ¿había imaginado aquel sonido?

De nuevo. Pasos. Esta vez sí supo de dónde venían. Su habitación en el segundo piso. Nuevamente su corazón se aceleró, pero ahora lo acompañó un escalofrío en su espalda. Estaba aterrada. Racionalmente podía pensar en llamar a la policía, salir de su casa, pedir ayuda a sus vecinos. Sin embargo, ajena a todo pensamiento objetivo, subió las escaleras y abrió la puerta de su pieza.

Fueron dos segundos eternos. Miles de pensamientos pasaron por su mente en aquel momento. Fuese lo que fuese lo que se encontrara del otro lado de la puerta, la atraía. Un llamado tácito, la requería. No obstante, el miedo la paralizaba. Un pavor que la recorría desde la cabeza hasta los pies. Aquello no era normal. Nunca antes de había sentido así.

Cuando el umbral estuvo abierto, pudo ver el responsable de sus temores. Era de altura media, delgado, cabello claro y tez blanca. Iba vestido totalmente de negro. En su mano derecha portaba un sobre que estaba depositando sobre su cama. Al entrar Adele, le dirigió la mirada. Ojos azules, profundos, enigmáticos. El escalofrío la volvió a atormentar. Se sintió traspasada por esos ojos, desnudada, como si pudiese ver sus pensamientos, su interior, su propia alma. Ella quedó allí, petrificada, sin poder hacer el menor movimiento. Paralizada por aquel extraño hombre que invadía su hogar.

Lejos de asustarse por su presencia o intentar hacerle daño, el hombre solo dejó el sobre en su cama y tranquilamente hizo una reverencia ante ella. ¿Se estaba burlando? Con movimientos seguros, se acercó a la ventana y con una agilidad casi sobrehumana se lanzo hacia afuera, en un salto imposible de realizar para los seres normales. ¿Quién o qué era ese hombre?

Adele sintió como si las cadenas que la ataban se soltasen. El miedo desapareció así como su inmovilidad. Corrió hacia la ventana para poder ver al hombre, pero éste había desaparecido. La lluvia comenzó a caer más fuerte aún, como un diluvio. Ya no podía divisar las otras casas, solo aquella muralla de agua que la dividía del mundo exterior.

Su mente comenzó a trabajar de nuevo. Lo que allí había pasado no tenía explicación aparente. Todo parecía sacado del peor cuento de terror o misterio. Pero esas cosas no ocurrían en el mundo real. Si aquel hombre quería algo de ella, averiguaría cual era el motivo y descubriría lo sucedido aquella tarde. No iba a quedarse tranquila hasta entender qué fue aquella extraña escena.

Su mano tomó el sobre y súbitamente las sensaciones volvieron a adueñarse de su raciocinio. ¿Lo abriría? Más allá de tener miedo acerca de las historias de cartas que estallaban, su terror era sobre el contenido del papel. Lo que allí encontrara, explicaría de alguna forma el porqué de la presencia del extraño en su habitación.

Cuando sus dedos controlados por una fuerza invisible se disponían a abrir el sobre una luz iluminó toda su habitación fugazmente. Luego un horrible ruido se apoderó del cielo. Truenos. La tormenta había comenzado.






miércoles, 9 de junio de 2010

Parousía II: Aslan


Parousía II
Aslan

Cuando aquella vez cantaste
Las tierras fueron formadas
La luz existió.

El universo vivió ante tu rugido
Lagrimas de vida cayeron del cielo
Estrellas fugaces coronaste en el firmamento.

León poderoso
Rampante de la mañana
Creador de todo

“Despierta” dijiste
Y el mundo nació ante ti.
“Ama” pronunciaste
Y fue creado el primer corazón.

Piensa. Habla.
 Sed árboles que caminan.
Sed bestias que hablan.
 Sed aguas divinas”

Lo recuerdo.

La última batalla acaba
Ante el poder de tu rugido el enemigo tiembla.
Vencedor de los siglos, gran león,
Creador de la tierra y el sol.

Ondeante tu melena al sol,
Parece brillar cual oro puro
Tras de ti están tus hijos
Aquellos que lucharon y vencieron junto a ti.

Todos juntos dejan atrás sus espadas y arcos
Ha terminado.
Tú has salvado.
Gran león valiente, poderoso rey
Nos has creado
Nos diste la vida
Nos diste la victoria.
Nos hiciste creer.




lunes, 7 de junio de 2010

Parousía I: Mercader

Parousía I 
Mercader

Comprar sueños, vender anhelos. El mercader está en la tienda. El escaparate luce repleto de vida, allí están las alegrías, las tristezas, el amor y el odio. Las vitrinas doradas de luz exhiben la amistad, el respeto, la soledad y la nostalgia. El mercader está en la plaza de la vida, los clientes entran en su tienda. Parecen extraviados, su mirada está vacía, su corazón no latía. ¿Qué hacen allí? Lo buscaban a él.
El mercader toma su pluma. Está escribiendo en su libro. Conoce cada alma en su tienda, cada ser perdido que peregrina en el universo. Aquél necesitaba amor, a aquél le sobraba orgullo. El mercader era un médico haciendo recetas,  quería componer la maquinaria biológica que todos tenían estropeada.
Algunos aceptaban. Otros simplemente se marchaban de su tienda. Querían vagar por el cosmos, vacíos por dentro. Aunque el mercader podía repararlos, se negaban, pues además de vacios, su corazón estaba ciego.
El mercader reparte sus mercancías. Realiza una danza acompasada por la música que cada ser entonaba. El universo se movía con las notas que los corazones de aquellos armonizaban. De sus manos salían los regalos que cada ser buscaba, a la par en que recibía lo que ellos deseaban extraer de sus corazones. Aquella catarsis se extendió por varios minutos, el sentimiento sublime que depuraba al universo no deseaba detenerse, la música reinaba el cielo y la tierra como lluvia que riega los campos. La armonía era perfecta. 
El silencio reinó cuando el Mercader se detuvo. Los presentes habían cambiado. Ya no eran maquinarias imperfectas, toda su arquitectura ahora era perfecta.  El mercader salió de su tienda, invitando a todos hacia el exterior. Una mesa brillante adornaba de los más exquisitos manjares se encontraba en medio de la luz radiante. Estaban todos invitados a cenar con él, pues desde ese día, nunca más habían de separarse.


By Santiago Fernández